

Por Juliana Manrique | Regional Bogotá
ESE
¿El médico? ¿El aviador? ¿El gerente de banco?
No. El maestro.
Ese que llegó aquel día a la residencia de Aurita.
Ese que traía sobre su cabeza un sombrero de pindo con ala ancha,
que resaltaba su rostro y dejaba ver esa amplia sonrisa
que alegraba los corazones.
Ese que luego me enviaba orquídeas todos los días,
me alegraba la vida con dulces campesinos
conseguidos a lo largo del camino,
que recorría cuando iba o venía de su colegio, en Gigante Huila.
Ese hombre alto de mirada tierna, afable, cuyas tibias y blancas manos
al juntarse con las mías generaban tal energía,
que te hacía sentir segura y tranquila.
Ese que un día cansado de rogarme, dijo:
Juliana, no te ruego más. Si quieres algo conmigo,
serás tú quien me lo pidas. Y se fue.
En ese instante, sentí que algo dentro de mí, decía:
¿Y lo vas a dejar ir?
Ese que escuchó mi grito:
¡Gustavo no te vayas por favor! ¡Yo también te amo!
Ese, que al final del dia es el compañero de vida… muy bonito…